Soy Sandra Ruiz Díaz Rodriguez, nací en Buenos Aires el 1º de Diciembre de 1961. Resido y trabajo activamente desde 1992 en toda la provincia de Tierra del Fuego A.e I.A.S., Patagonia, Argentina.
Soy Gestora turística cultural, curadora, investigadora y artista independiente especializada en temas sobre territorio, ancestralidad y patrimonio.
Realizo Mentoría y asesoramiento para la generación proyectos en territorios donde aparentemente no ocurren cosas. Trabajo con tejedoras, huerteros, productores locales encontrando de manera conjunta el valor local de sus producciones. Mis últimas investigaciones sobre el rol de la Mujer Rural de Tierra del Fuego, rescatando el Patrimonio Cultural Inmaterial me llevaron a un diálogo íntimo con mujeres rurales de España e Italia en, Tagle, Sicilia, Cerdeña y Santa María del Berrocal.
Desde 2009 presido la Fundación Inti Main. Dirijo la Residencia Artística “Ud. está aquí”.
Soy embajadora de Paz por la UNESCO desde 2011.
Conformo 3 colectivos culturales de Argentina RED QUINCHO / RED CUERO PATAGONIA / VITALERAS TDF y otros internacionales.
Todos Somos Negros (Residencia de Arte NAT - 04/2024)
Todos somos negros, en mi caso, con mi tez clara, mi cabello rubio y mis ojos entre azules y verdes, porque mi papá, hijo de mapuche, decía que yo tenía los ojos del color del tiempo.
Sí, soy nieta de guanche y nieta de mapuche y así, entre esas dos mezclas y con esta apariencia supuestamente tan lejana de sentir, saber y tratar de entender lo que ellos vivieron, así bajó esta apariencia que para algunos es entre holandesa o alemana, así con mi modo de caminar, de buscar y de no tratar de entender lo que se formó hace miles y miles de años y aún hoy sigue latiendo de un modo vivido, así hoy me dedico este tiempo para mí, para frenar todo lo hecho, los pedidos a futuro, para poner por delante de toda mi historia. Sé perfectamente que todos fuimos negros, no porque lo diga la historia, no por todo lo investigado, sino porque de algún modo aprendí, por las historias de mi Paye que, en aquella remota Canarias, la vida de los guanches dejaba su huella en las Pintaderas que identificaba, según el análisis aún inconcluso de tiempos más modernos, el frente de cada casa y que cada una de estas pintaderas no estaba vinculada a un apellido, representaba un clan, un pertenecer, un grupo, un bien común. Lo sé perfectamente porque mi papá era mapuche, hijo de mapuche, nieto de mapuche, era morocho con el cabello negro y crispado como carpincho, de nariz un poco ancha y de piel gruesa. En algún lugar, ya no sé si en la casa de Deheza o en la de Álvarez, queda alguna foto donde se ve a mi papá en posición de boxeador, porque mi abuelo era boxeador y así también se ganaba la vida. Mi papá tenía alrededor de su cabeza las típicas coronas de plumas que le llegaban casi hasta la rodilla, era orgullosamente mapuche.
Lo sé, porque imagino que en aquellos tiempos las idas y vueltas, los embates, las migraciones y el paso del tiempo nos fue haciendo perder algo más que nuestro pelaje, dejando al desnudo una pigmentación diferente, un conocimiento diferente, un sometimiento, un evolucionar en distintos tiempos y que por eso se creía superior, Ignorando que a veces las latitudes son las que determinan el color posterior.
Somos la misma masa madre cocidos en diferentes fuegos que producen diferentes cáscaras, costras, necesidades de cubrirnos o de despojarnos. Somos uno, indefectiblemente, invariablemente, nos guste o no nos guste, me acepten lo que digo o no lo validen porque en mi aspecto parece que no soy negra, pero no, sé que todos somos negros, que nacimos del mismo origen y que aunque hoy portemos diferencias, apariencias diversas, creo que eso también es parte del juego, saber cuánto podemos aceptar al otro sabiendo y diciendo que SOMOS UNO pero a simple vista diferentes; cuánto le cargamos de lo que ignoramos y cuánto le cargamos de lo que queremos pregonar. Somos uno, uno mismo, unos mismos, unos únicos, unos idénticos, un puñado de negros desparramados por el mundo desconociendo a veces nuestro origen y adoptando el reflejo del engañoso espejo.
Haga click sobre las imágenes para vista completa
El Agua trae Memorias (Residencia de Arte NAT - 04/2024)
MEMORIAS
Algunos hallazgos requieren de especificidad científica, otros de intención.
1- Memorias de deseos truncos
Algo mejor, algo que, en cierta medida, se entremezcla entre este deseo propio y, tal vez, el trunco, ese que no se completó en un 100% porque verdaderamente la vida en Villa Madero no se mostraba tan bonita como le habían prometido a mi abuela; trunco porque la muerte llegó de modo anticipado, planeada sí, pero anticipada para todos los que la vivimos de forma repetida y nos despojó en la estocada final de lo más sagrado que teníamos, mi Madre…
2- Memorias de mi madre
La miraba desde abajo y la perspectiva y mi sentir me la devolvían inmensa.
Imágenes que quedaron impregnadas en mi Alma como bisontes de colores, caballos delineados con crines firmes o signos indescifrables, imágenes que se hacen más vívidas cuando el agua las humedece. ¿Habrá sido ese el sentido de pintar el techo de Altamira?, ¿Habrán creído mis antepasados que pintaban el alma de esa cavidad semi oscura que los acogió y que hoy llamamos cueva?
Seguramente ellas sabían el significado del arriba y del abajo.
3- Memorias de mi cueva
Mi alma es una cueva llena de imágenes, mensajes, recuerdos, aromas, olores y sensaciones que quedaron plasmados en los estratos oscuros donde la vida se llenó con mis risas y mis lágrimas, con mis promesas y mis abrazos, con mis despedidas y mis nuevos lazos. Todos tenemos una cueva plagada de imágenes que traemos de otras épocas.
4- Memorias de liviandad
Yo soy la artista, soy la antropóloga, yo soy la arqueóloga, la investigadora y la decodificadora de mensajes que vienen y, aunque por momentos me paralicen, me ayudan a dar este gran salto, el de tres mujeres compartiendo el mismo deseo y el mismo temor, la misma ilusión, el mismo desconocimiento, el mismo desapego en una instancia final de la vida lejos de todo programa.
5- Memorias de un nuevo inicio
En mi caso, por lo menos, esta instancia final pide dejar atrás lo que duele, lo que pesa, lo que ya no es mío, lo que no me representa; pide seguir liviana este camino que supe construir muchas veces con otros y varias veces en solitario.
Cierro los ojos, la ausencia vuelve en forma de aliciente, como si un nuevo hallazgo en el análisis cambiara el sentido dado. La escucho decirme “tú puedes”. Me adentro en mi cueva, lo oscuro lentamente se hace visible, ahora hay más oxígeno, no hay nada que borrar, las pintaderas se muestran, el estrato oscuro se vuelve blando, sigo acumulando vivencias, agradecimientos a esas mujeres que avanzaron con sus miedos, amarguras e ilusiones; sigo dejando mis propios registros.
Haga click sobre las imágenes para vista completa
Con la colaboración de:
Miembro de: